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El Facebook de los reos quemados en la Cárcel de San Miguel

Último refugio de libertad en las “carretas”

Un grupo de los prisioneros fallecidos el 8 de diciembre de 2010  en el penal de San Miguel, en Santiago de Chile, tenían perfiles en la red creada para los chicos buenos de Harvard. Una muestra de legitimación de la vida tras las rejas subida  a la red con un teléfono celular. 

Foto: TVN
Foto: TVN

Como si fuera una presencia amenazante, la cabeza de un jaguar se extiende a las espaldas de Luis Parraguez Paillao. El mismo felino se puede ver atrás de Erick Mora Quintana. Se trata de imágenes disponibles en los perfiles de Facebook que algunos de los reos que murieron calcinados el miércoles en la cárcel de San Miguel mantenían desde dentro del penal. Retratos que hoy cobran sentido como documento de la vida al interior de la cárcel pero también funcionan como un memorial virtual y pixelado, un testimonio espectral de la vida íntima de los reos, hecha pública en la masiva  red social.

“Aquí me encuentro también pegándome una fumá de porro. Que sabe, pa’ salir un rato de volá’” escribía el prisionero en su perfil, ante el “¿qué estás pensando?” que plantea el adictivo software para encabezar, día a día, minuto a minuto, cada una de las páginas personales, que en mayor o menor grado, se pueden mirar volviendo –por elección personal- la vida privada espectáculo de millones.

“Estoy pensando en el terrible condoro que cometí con mi polola al hablarle mal. Espero que algún día se le pase la rabia y me pueda perdonar” escribía Andrés Mallea Bretis, uno de los reos que han sido identificados hasta este viernes.  Actos de arrepiento y reconciliación que son pan de cada día en la vida en la “cana”, donde los celos entre los que están adentro y las que están afuera son habituales.

Objetos y fragmentos

Las siluetas de una pareja de enamorados al atardecer. Palmeras. Un caballo, símbolo de masculinidad y libertad, corriendo sin estribos. Bob Marley. Todos estampados sobre toallas. Sillas de plásticos, frazadas. Fondos de fotografías sobre las que habitan amigos que comparten el hacinamiento separados por “carretas”.

Buenos momentos aquellos, convertidos en imágenes  tomadas con celular y  subidas directamente sobre las páginas de Facebook de los reos, pocas semanas antes de que el infierno acabara con estas vidas jóvenes y desesperadas. Nada de estoques y riñas para mostrar en la red social creada para los “chicos buenos” de Harvard y apropiada para la mostrar la vida en la cárcel de los “chicos malos” de San Miguel.

Andres Mallea creó su perfil de Facebook poco antes de septiembre, según se  puede ver en su historial. Una línea de tiempo que da cuenta los ires y venires de una vida mostrada en fragmentos, donde el amor y también las peleas, la evasión, la amistad y las pasiones, se aparecen dejando ver pequeños pedazos de lo que se consumió con el fuego impertinente del miércoles.

Por un lado testimonio, por otro lado un comprensible afán de comunicación, una intención de ser visto y también de mirar, por las posibilidades que ofrece la red social. De navegar por vidas ajenas mirando el teléfono móvil y evadir también un poquito. Aunque hay un tema no menor, que es, en este impero de la mirada, un cierto descaro e indiferencia ante la posibilidad de ser sorprendidos, de ser pillados con un celular en su poder al interior del recinto, acto que está penado por la ley.

Pa’ los que me conocen

 

A Francisco Beltrán Molina le gusta la actriz  Megan Fox. Boris Patricio Bahamondes Saud tiene 24 amigos en Facebook y busca “amor, citas y una relación” desde la página creada por Mark Zuckerberg. Información irrelevante para la justicia, datos que van más allá de lo policial, pero que da cuenta de anhelos y de un afán de normalidad en medio de la violencia ritual y cotidiana de la cárcel.

Eugenio González Araya hace un tour virtual por su reducida caleta. “Aquí va una foto pa’ los que me conocen”  escribe en medio de su reducido periplo por la “carreta”. Eugenio se preocupa y en cada una de las fotos de este recorrido muestra un atuendo distinto. Una manifestación en imágenes del orgullo y la legitimación de una vida tras las rejas. Una hipérbole del motor de las redes sociales, que consiste en hacer público imágenes y palabras íntimas, todo gratis, con tal de sentirse partícipe del universo con apellido 2.0.

Pero también un grito desesperado. Un aullido que busca salir de los muros donde se paga el crimen o la falta. Donde el coa -ese dialecto generado para compartir información cuando las palabras son el último refugio de libertad- desparece por completo. Donde el castellano plagado de errores gramaticales al punto de volverse cicatriz de la carencia y el desamparo, sirve a Luis Parraguez Paillao para decirle a su mujer y a su hijo que “cuando 1 siente ke tiene una gran familia ke son 3 y después lo pierde por pura tonteria duele muxo kuando 1 ama de verdad”.

(Artículo publicado en la Última Edición de “La Nación Domingo”, el 12 de diciembre de 2010)

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