Cosas que pasan

Así fue cómo me sacaron la chucha en Boston

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Todavía me duele la nariz 🙁

Sí. Me sacaron la chucha en Boston, pero no se alarme, que fue hace más de un mes y estoy bien. Desde que me vi todo contuso y  moreteado pensé en “escribir los versos más tristes esta noche” pero la falta de tiempo y la suspensión espacio-temporal de este blog lo estaban impidiendo. Además, después de algunas semanas la situación parece menos dramática y me parece un buen posteo re-inaugural del CastrintonPost.

A lo gringo

Estoy trabajando en un bar entre South Station y el Chinatown de Boston. No sabía que soy cocinero hasta el año pasado, pero debido a la ausencia de ayuda estatal (chúpenla, apitutados de Becas Chile) la plancha, la freidora y los fuegos han permitido costearme la vida mientras termino mis estudios de posgrado.

Era viernes y la cocina se cierra a las 11.30.  En Boston la cosa no es como en Chile y , por más viernes que sea, a esa hora la gente está en proceso de irse pa’ la casa. Sin mucho que hacer ni donde ir me senté en la barra y me dispuse a beber usando la fórmula gringa: un shot de bourbon ( o whisky) por cada cerveza.

Repetí la fórmula un poquito mucho. Después de harto observar he notado que la cerveza con la que se acompaña es una Budweiser o una Bud Light. Cervezas de mierda, pero de relativamente baja graduación alcohólica. No como las IPAs  o las cervezas de trigo, que a mi tanto me gustan.

En ese par de horas me hice un  mejor amigo temporal megahipster  de Nueva York, puse canciones largas en el wurlitzer digital (hay que hacer rendir  la plata), bailé con las parroquianas cuarentonas, anduve loca, feliz y frenética.

460 dólares, un celular Nokia y un pasaporte

Bastante guasqueado y whiskeado, me despedí del bartender y fui a dejar al amigo de Nueva York a la South Station, ya que el flaco tenía que tomar un bus a Portland, Maine. Huevón como soy, en vez de llamar un Uber o tomar un taxi, decidí usar mis patitas y el transporte público (El metro, que acá se le llama “T”) para llegar a la casa. Eran las 2 am. El T funciona hasta las 3.

Andaba trayendo:

1-Pasaporte chileno y visa estadounidense F-1 de estudiante.

2-La plata de las horas que trabajé esa semana.

3-Una generosa propina que la jefa me dio porque ese día el boliche estaba lleno y trabajé apanado toda la tarde.

4-Un celular comprado ese mismo día, que estaba recién actualizando (era Nokia con sistema operativo Windows la cagá, así es que da lo mismo).

5-El libro “Slaughterhouse Five” de Kurt Vonnegut.

6-Gafas de sol.

7-Billetera.

Todo lo anterior dentro de una

8-Mochila.

Le dije chao al nuevo mejor amigo -de cuyo nombre no puedo acordarme- y camino al metro pasó lo que pasó.

Perdón el cliché, pero fue como si me atropellara un tren. No sé si me atacaron por atrás, si hubo un cruce de palabras o qué, pero de pronto me vi en el suelo, sin mochila, sin pasaporte, sin billetera, sin plata y sin entender qué chucha pasó. Como soy medio tonto, parece que en medio de la situación, mientras me sacaban la chucha,  traté de rescatar algo de mi mochila, tal vez el pasaporte, pero lo único que sostenía en la mano al recuperar la conciencia eran mis anteojos de sol.

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Pero qué morricos que tienen, nen

¿Eran negros?

El hermoso set de preguntas que me hicieron, delicadamente, algunos amigos gringos y más directamente mis amigos chilenos es: ¿Eran negros? ¿Los viste? Racismo Buena Onda International.

La verdad, ni me enteré quién me golpeó. No sé mucho de traumas o caídas o episodios de estrés, pero, sin haber estado yo particularmente ebrio, patudamente sostengo que el ataque tuvo ciertos elementos traumáticos a corto plazo. Lo digo por el estado de confusión y la pérdida absoluta de la memoria del momento particular del asalto (tranqui, que el médico al otro día me revisó para ver si tenía contusiones y no: sólo estaba más feo y moreteado que de costumbre).

Estaba sin plata, sin teléfono y mi pinta de zombie moreteado y -pero aun- latino, no daba para hacer dedo. Lo único que atiné a hacer una vez que recuperé algo de sentido fue caminar desde South Station hasta Fenway, que es donde vive  Jemma. 2 horas a pie.

4 am. Le toco el timbre a la Jemma. Contesta el citófono Susan, la chica que vive con ella. Me abre la puerta y Jemma, medio dormida, me mira como pensando que de curao me bajó la nostalgia y le fui a dar jugo. No alcanzó a decir pío cuando se dio cuenta de que estaba apaleado y, como buena mujer,  curó mis heridas, me abrazó diciéndome que “todo va a estar bien” y me sacó las fotos para constatar lesiones, sin dejar que me mire al espejo.

Lo bueno es que soy blanco

Tengo un reporte de la Boston Police en la mano. En éste describen que the perpetrator “struck the victim from behind, knocking him to the ground”. Pongámoslo en verso

struck the victim from behind

knocking him to the ground

Según el documento, mi contextura física es “medium” (estaba esperando algo así como “sexy”) y -acá nos cagamos de la risa- mi raza es “white hispanic”. Así es que antes de seguir diciéndome “negro de mierda resentido”, recuerde que la policía de este país racista dice que soy blanco… blanco hispánico, pero blanco.

¿Lecciones aprendidas?

-Si va a tomar, pase las llaves.

-Si no tiene auto, tome un taxi o, mejor aún, llame un Uber.

-Si va a caminar, ande acompañado.

-Evite la apropiación cultural de alcoholes: tome de lo que conoce.

-Boston es una ciudad que siempre se ha asociado a la burguesía intelectual progresista estadounidense. Es, a primera vista, una ciudad rica.  Pero en áreas como South Station se percibe la desigualdad, con un número elevado de vagabundos. El crack y sobre todo la heroína (en este momento hay una epidemia de esta última droga en Massachusetts) son el refugio de estas criaturas olvidadas por el estado y sus familias, y que no tienen mayor reparo moral en asaltar cobarde y maleteramente a un tipo que cometió el error de caminar solo, de noche y tambaleándose un poco.

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